Calahorra, guía arqueológica

21 de agosto de 2012

MENHIR – ESTELA DE SOALAR - Elizondo

Menhir de Soalar en el patio del museo de Elizondo

Localización Museo Elizondo Dentro de la riqueza megalítica de Navarra, el valle de Baztán tiene un papel destacado. De los más de 1.500 megalitos catalogados en la Comunidad Foral, en Baztán se encuentran más de 600. De ellos, más de cien son menhires. Uno destaca sobre los demás. Y es que la estela - menhir de Soalar es una pieza excepcional dentro del megalitismo de la Península Ibérica. Esta importancia se debe a los grabados que presenta en una de sus caras.

La historia de su hallazgo y de cómo ha llegado hasta nosotros es, cuando menos, rocambolesca. En 1973, el capuchino y estudioso del megalitismo Francisco Ondarra lo descubrió en el collado de Soalar. Estaba caído y con los grabados hacia el suelo, lo que pudo facilitar su conservación. En 1.992 desaparece de Soalar y es encontrado de nuevo por Ondarra a 15 km. de distancia. La iba a utilizar el dueño del terreno como dintel del caserío que se estaba construyendo. Apercibido de que no podía hacer eso, el menhir queda allí hasta que desaparece otra vez en el año 2003. Había sido trasladado a una casa particular y era utilizado como soporte para ¡una canasta de baloncesto!

Los miembros del grupo Hilharriak, que tanto han hecho para fomentar el conocimiento y protección del patrimonio prehistórico de Baztán, dan aviso las autoridades de la surrealista ubicación y del peligro que corría el monumento prehistórico. Patrimonio toma cartas en el asunto haciéndose cargo del menhir y en colaboración con el Ayuntamiento de Baztan es trasladado al Museo Etnográfico Jorge Oteiza de Elizondo.

La gran pieza, de arenisca roja del Baztán, tiene 4,50 m. de altura, lo que convierten al menhir – estela de Soalar en uno de los más altos de Navarra y País Vasco. Pesa tres toneladas de peso. Tiene un acusado carácter antropomorfo. Pero lo más importante, lo que hace excepcional a la pieza, son sus grabados. Grabados de hace más de 4.000 años que convierten al menhir en la estatua prehistórica de un gran guerrero fuertemente armado.

A simple vista destaca la representación de una alabarda, especie de hacha con cabeza triangular más ancha junto al mango y acabada en punta. Muy cerca de la alabarda se aprecia una cazoleta perfectamente excavada en la piedra. Pero hay más. Expertos en arte prehistórico de la Universidad de Alcalá de Henares examinaron la pieza rigurosamente. Mediante el procesado informático de las fotografías obtenidas con diferentes iluminaciones, lograron obtener un calco de todos los grabados.

La estela está enmarcada por una serie de trazos que la recorren verticalmente representando esquemáticamente la túnica o manto del guerrero.

Menhir de Soalar y sus representaciones 

La parte superior representa la cabeza con un casco o capucha triangular. Sobre su cara, un grabado ondulado se ha identificado con la representación simbólica de una serpiente. También podría ser un tatuaje o pintura de guerra, adorno corporal que se practicaba desde el Paleolítico y que aun hoy siguen usando las sociedades primitivas. Para representar uno de los ojos del guerrero se aprovecho una cazoleta natural, la otra se talló. A la altura del pecho se aprovechan los volúmenes de la piedra resaltándolos con dos grabados semicirculares para representar los petos de una armadura. Los que tallaron la estela de Soalar aprovecharon las formas naturales de la piedras (oquedades, pliegues, abultamientos) para ayudarse en la representación. Esto recuerda a los grabados de muchas cuevas prehistóricas.

Menhir de Soalar - detalle de la alabarda En la parte inferior de la estela se aprecia perfectamente la alabarda, de 1,10 metros de longitud, con un piqueteado más ancho y profundo. El arma simboliza la esencia, el espíritu del guerrero, de ahí el protagonismo absoluto de ese grabado sobre los demás, mucho menos trabajados. Está sujetada con un cinturón grabado con dos finas líneas. La cazoleta que hay cerca de ella, a la derecha, es el centro de un escudo o de un símbolo solar. Más abajo otros círculos y un posible puñal. Seguramente la estela estuvo pintada. Se ha datado en la segunda mitad del III. milenio a.C.


Para entender el significado de esta gran escultura prehistórica hay que ubicarla en el lugar donde apareció. Soalar (del euskera “soro” campo y “lar” pastizal) se encuentra entre el conocido monte Autza y la localidad de Elizondo, a 4 kilómetros al este en línea recta de la capital del valle. La estela se encontraba en la parte más externa y visible del collado. Es un lugar desde donde se domina casi todo el Valle de Baztán.

El monte Soalar es un área megalítica, con dólmenes, crómlechs, túmulos y otros menhires. Uno se encuentra in situ a tan sólo 200 metros de donde apareció la estela armada. Otro, el de Burga, a poco más de medio kilómetro. En el collado también aparecieron restos en superficie que indican la existencia de un poblado al aire libre. Cabañas construidas con elementos perecederos que no han llegado a nosotros pero que indican que monumentos megalíticos y poblado ocupaban la zona más llana del collado, interrelacionándose.

Soalar se encuentra en una posición privilegiada para el control de la entrada al Valle de Baztán y de las vías de tránsito hacia el norte y este de los Pirineos.

En el III milenio a.C el Valle de Baztán estaba habitado por gentes del Calcolítico. Su economía era principalmente ganadera pero con conocimientos de la metalurgia. Gentes que lucharían por los recursos minerales y la explotación de los pastos y donde la defensa o conquista de los mismos llevaba a los guerreros a imponerse en lo más alto de la incipiente jerarquización social. La estela de Soalar es un símbolo de poder y control del territorio. Seguramente representaba a un antepasado real o mítico o a un dios guerrero protector de la comunidad.

Hoy, ya a salvo, podemos apreciar la fuerza que desprende el gigantesco guerrero, que ha cambiado los pastos de Soalar por los jardines del Museo Etnográfico Jorge Oteiza de Elizondo. De alguna manera sigue representando a la comunidad de incipientes metalúrgicos que habitaba el monte Soalar perpetuando en piedra su memoria y sus inquietudes religiosas.

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