Dentro de la tipología de los monumentos megalíticos, dólmenes, cromlechs y menhires, son estos últimos los que están más rodeados de misterios e incógnitas. Los investigadores no se ponen de acuerdo sobre su función. Se ha llegado a decir que eran marcadores de límites territoriales de las diferentes tribus o clanes. También se les ha atribuido finalidad funeraria. Pero los más creen que tenían una función religiosa y simbólica que hoy se nos escapa.
Desde la más remota antigüedad el culto a diversos aspectos de la naturaleza ha ido unido a la humanidad. De ahí la existencia de árboles sagrados, manantiales a los que se atribuyen poderes curativos y montañas donde se creía que habitaban los dioses. La piedra, con su naturaleza incorruptible, eterna, espejo de lo que se pretende para el alma, quedó impregnada de un simbolismo que le otorgó una importancia especial en la religiosidad de las sociedades prehistóricas.
Los menhires son una de las expresiones más antiguas de las inquietudes espirituales del hombre. A lo perenne de la piedra se une la verticalidad, esa escapada a las alturas, ese punto de unión del cielo y la tierra que comparte tanto un obelisco egipcio, el campanario de una iglesia o los alminares de las mezquitas.
En Navarra están catalogados más de un centenar de menhires. Grandes piedras que los pastores prehistóricos de la montaña levantaron con esfuerzo en lugares elevados y con gran dominio del paisaje. En las laderas del monte Iruñarri, hay dos de los más interesantes. El menhir de Azpilleta, uno de los más grandes que podemos ver en Navarra, y el menhir de Iruñarri, que destaca por ser uno de los más grandes que se conservan en pie.
Aunque los menhires se suelen encontrar en lugares apartados, a los dos se puede llegar con comodidad por la pista asfaltada que nace cerca del pueblo de Eratsun y lleva al repetidor.
A los 3,200 kilómetros del inicio de la pista, se encuentra el menhir de Azpilleta. Se encuentra tumbado junto a la curva de la carretera, a 660 metros de altura. Sorprenden sus más de seis metros de longitud. La enorme mole de piedra fue tallada en punta. En la parte inferior alcanza los dos metros de anchura. Hay que imaginarse lo imponente que sería este “tótem” de piedra de más de seis toneladas de peso erguido sobre el valle de Malekerra.
Siguiendo la estrecha carretera hasta su final se llega al repetidor. Muy cerca, al sureste del repetidor, se encuentra el menhir de Iruñarri. Sus tres metros de longitud han aguantado estoicamente el paso del tiempo. Vientos, lluvias y nieblas no han podido tumbar la gran piedra que se levanta hoy solitaria, desde hace milenios, en un prado que recuerda la utilización pastoril de estos montes. Es el menhir erguido conservado in situ más importante de Navarra. Incluso se piensa que su leve inclinación no es fruto del paso del tiempo, sino que responde a una disposición adecuada para seguir los movimientos de los astros en el cielo.
La mayoría de los menhires catalogados se encuentran tumbados, pasando desapercibidos hasta que los expertos los descubrieron. En cambio, el menhir de Iruñarri, con su estampa recortada sobre el cielo azul y los verdes prados, ha llamado la atención de los habitantes del valle de Malekerra desde mucho tiempo atrás. Esto ha rodeado al menhir de un halo de leyendas que dan todavía más relevancia a esta piedra sagrada. Una de ellas dice que la piedra de Iruñarri fue lanzada por el guerrero franco Roldán. También se decía que fue levantada por los gentiles, gigantes de la mitología vasca a los que se atribuía la construcción de los megalitos. Como en muchos menhires de Europa también se llegó a creer que el contacto con la piedra curaba la infertilidad en las mujeres.
Respecto a la denominación del menhir, Luis Peña, investigador de estas manifestaciones prehistóricas, dio la interpretación más sugerente. Iruñarri vendría de Irudiarri que significa en euskera “piedra de la imagen”. Parece ser que la sombra que el menhir proyecta sobre el suelo a veces recuerda una silueta humana.
La visita al menhir se completa con las grandes panorámicas que se disfrutan desde aquí. Al Este el Mendaur, el Autza y el Saioa. Si el día es bueno se ve asomar la cumbre del Ori entre estas montañas. Hacia el sur la Higa de Monreal y la peña de Izaga, ya en la cuenca de Pamplona. Al norte el alto donde están las antenas repetidoras tapan la vista. No es mala idea caminar un poco para subir a la cima de Iruñarri, el alto que está a la izquierda de las antenas, lo que no lleva más de un cuarto de hora. La cima está marcada con un curioso buzón que representa a un caminante con su perro. Desde allí se llega a ver San Sebastián y el mar, completándose una panorámica de 360º.
Desde el Iruñarri al cercano Irakurri, al oeste, varias estaciones de crómlechs recuerdan que estos son unos montes sagrados, desde donde se divisa la unión siempre bella de tierra y mar cuando el tiempo lo permite. Un sitio muy especial dentro del patrimonio arqueológico de Navarra.
© Julio Asunción
julioasuncion@hotmail.com
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